miércoles, 8 de febrero de 2012

Hectareas de naranjo y un vestido de gala


En los lugares donde se encontraban, el tema era siempre el mismo;
El baile de fin de curso.
Berenice alejada de sus estudios no compartía la fiesta final de egresadas con las 131 almas del cobre. Pero sus nuevos amigos le compartían la ansiedad de aquel momento cargado de sueños juveniles. Se detenían hablando por horas ante cada detalle.
Con expectantes hipótesis de arreglos, romances que se iniciarían o se romperían, ausencias, presencias, flores, música, colores, luces, perfumes, y brillos. Este grandioso momento ella no quería perdérselo. Excepto por un detalle. Un vestido de gala. Tendría que comprarse uno, exclusivo y deslumbrante. El dinero no era ningún impedimento, solo había que hablar con papá. Quien no puso ningún impedimento para gastar. Berenice salio en su búsqueda y lo descubrió en un escaparate exclusivo y diferente, era de color rosa intenso con talle al cuerpo y vuelos terminados en raso suave. Largo y diáfano de seda bordada. En el mismo lugar separó los accesorios, una rosa violeta para el pelo, y zapatos al tono de taco muy alto.
Sin aretes y sin collares. Todo era sencillo y elegante. Dispuestos en una caja fabulosa todo estaba listo. Solo había que esperar para pasar a retirarlo, había que retocar ajustes en el talle menudo de su cuerpo delgado . La espera la hacia palpitar de alegre ansiedad.

La solicitud de un intercambio
Su padre le solicitó que fuera a la casa de un viejo amigo, a retirar un dinero que le adeudaba. Berenice acudió. Al llegar al lugar muy distante y apartado de la ciudad. Se encontró con una casa, casi abandonada en medio de la nada. Llamo con palmas y no tuvo respuestas, se acerco a la puerta que súbitamente se abrió.
En el umbral el viejo amigo, la saludo amablemente y la hizo pasar. Mientras esperaba, contemplaba su entorno de muebles escasos y polvorientos. Espero paciente por un rato, hasta que la figura del viejo amigo se presento semidesnudo. Con una toalla cubriéndole el medio cuerpo. Cuando se le acerco, Berenice sintió un escalofrió que reconocía, el terror. Intento rodearla con sus brazos, pero ella lo rechazo con un fuerte golpe y corrió hacia una ventana pequeña, que la atravesó sin darse cuenta del estallido de los vidrio.
El viejo amigo la siguió mientras gritaba ¡¡¡si no llevas el dinero, no tendrás vestido!!! Ella lo escuchaba corriendo. Corrió, corrió, Corrió tanto y tan rápido que cuando se detuvo, no sabía donde estaba.

La noche de los naranjos
Camino despacio respirando hondo, concentrándose en sus profundidades. Respiraba el mantra de la paz interior, su esencia buscaba partículas dispersas de amor y libertad, hasta devolverle su propia unicidad para pensar, sin lamentarse.
Camino sin rumbo y por varias horas, hasta que el atardecer, la encontró bajo las sombras frías de infinitas plantas de naranjos. Perfumado de frutas maduras. El silencio la invito a descansar bajo el murmullo de las hojas. Berenice se durmió y en su profundo sueño, soñó que un ángel la acuno.
Se despertó al amanecer con el canto alborotado de pericos y canarios. Y cuando el sol le alumbro los ojos se pregunto así misma ¿y ahora, hacia adonde voy? Apenas… unos pasos, solo unos cuantos pasos y encontró la salida. Cruzo la calle y camino hasta llegar a su casa.
Entro, pasando de largo la presencia ebria de su padre. Dio vuelta una caja de recuerdos, saco un regalo valioso y lo vendió. Volvió al escaparate y retiro su caja fabulosa.

Dos noches después, con el esplendor de una reina de exquisitos modales, se presento a la fiesta. Con una sonrisa que escondía secretos increíbles y mágicos. Y celebro con mesura y equilibrio esperando la madrugada para ver las luces de un nuevo amanecer.

Cristina

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