lunes, 20 de febrero de 2012

Final y comienzo de paisajes.


Se levanto muy temprano, casi no pudo dormir.
Sus ojos estaban hinchados y su mirada tenía una
sombra de tristeza. Nuevas compañías le despertaban el sueño. La velaban entre
ideas, supuestos, hipótesis, conjeturas, dudas…su mente se llenaba de
pensamientos que la vaciaban interiormente para llenarla de un solo
sentimiento. Inquietud.
La vida comenzaba a ser un problema a resolver. Sus sueños adolescentes tomaban una dimensión desconocida, reconsideraba una y otra vez, todo aquello que podría determinarla ante alguna decisión.
Estaba sola, y todo dependía de ella, su conducta ya no
era un juego, y mucho menos una aventura.
Comprendió después de mucho llorar esa noche. Que desde ese momento un error la quebraría y que el dolor que le habitaba el alma, le oscureció el camino interior. Ese mismo camino, que apenas un tiempo atrás estuvo lleno de luz.
Dispuesta a luchar, se preguntaba. Que es lo correcto? donde
esta la verdad? No tenía figuras ni perfiles humanos a seguir, los ejemplos,
las actitudes y aquellas vacías respuestas no eran para ella certeza de nada.

Ahogando el dolor

Se sentó despacio sobre la cama y mirando la luz de
la mañana. Se dejo llevar por el paisaje a través de la ventana.
Rompió de nuevo en un llanto ahogado y silencioso. Y mientras el alma se le hacia pedazos, Berenice tomó una decisión, volver a la casa de su madre.
Su dolor era una fuerza que la resistía, no deseaba volver.
Las ilusiones que alimento cuando llego, eran para quedarse.
Y allí comenzar una vida diferente. Pero esas mismas ilusiones le gritaban una verdad, que le dolía. Ese no era su lugar.

Amores

Pensó en sus amigos, especialmente en Mara y Gabriel.
Mara era entrañable, su risa, sus silencios, sus miradas, esos largos momentos compartidos frente al río, mirando el atardecer
sin muchas palabras, en donde las miradas podían leer todo.
Haciendo soltar algunas preguntas y muchas risas.
Esas aventuras vividas llenas de picardía y secretos.
Mara era su hermana- amiga, esa otra mitad que la hacia feliz y la
lanzaba a la vida con una extraordinaria plenitud juvenil.
Gabriel le hacia soñar el amor, haciéndola imaginar
miles de modos de besar, de acariciar, de compartir.
El era un sueño del que no quería despertar, hasta que “algo” se concrete.
Pero las contrariedades eran graciosas, inconclusas,
misteriosas, absurdas y extremistas.
Eran como brisa suave que traía un vendaval de amores y odios.
Como esos dramas de locura. Donde todo puede ser,pero nada será.
Y así fue. Nada. Con su rostro en la imaginación se morían los
sueños y los anhelos de un amor que no fue.

El adiós sin retorno

Su madre y su hermana vinieron a buscarla.
Coloco un pequeño bolso en el asiento de atrás del auto, mientras miraba a sus amigos que fueron a despedirla. A Gabriel esa fue la última vez que lo vio.
Con Mara continúo escribiéndose cartas, hasta que se casó y no supo más de ella.
Su padre se acerco y la abrazó tan fuerte que la hizo llorar y secándole las lágrimas le dijo: Te amo con toda mi alma.
Y aunque le dijo que pronto se verían, Berenice no lo volvió a verlo hasta después de tres años.
El auto comenzó su marcha y cuando salio a la carretera, Berenice soltaba lágrimas al viento, volviendo a sus silencios abismales hasta dormirse.
Se despertó a la entrada de la ciudad. Llegando a la casa, diviso de lejos una mudanza y se pregunto, quien se estaría mudando del barrio.
Cuando estuvieron frente comprendió que quienes se iban eran ellos.
Su propia familia. Entonces le pregunto a su hermana: Nos mudamos?
Adonde? Su madre se encargo de contestarle: Hija nos vamos
a vivir a otra provincia. Luego continuó diciendo: tus cosas están en aquellas
cajas que dicen tu nombre. Revisa que todo esté bien, pequeña. Partimos esta
noche. Berenice pensó en sacar su bolso del auto y comprendió que no tenía
sentido. El bolso seguiría cerrado como el inmenso misterio que tenía su alma.

Cristina

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