jueves, 19 de enero de 2012

132 latidos en un cobre -1ra parte-

Vestían iguales pollera tableada azul marino, camisa blanca, medias y
zapatos negros y un gran moño azul adornaba el cabello levantado en “colas de
caballo”.



132 latidos guardados en un gran cofre.

Construido en tierra Argentina,
en una provincia fronteriza de tierra colorada, frondosa y bella en paisajes.El cofre…un colegio europeo donde las niñas internas, hijas de militares
eran custodiadas con la vida de soldados del ejercito.Fueron los tiempos de la guerrilla. Venían de todo el país, muy pocas
traían el terror en los ojos, solo algunas habían vivido el horror de quedarse
sin familia, por una bomba que hizo estallar sus vínculos destrozando hasta el
recuerdo de algún objeto familiar.

Berenice y su hermana eran la excepción. Estaban ahí por otra razón. La
disposición de un juez. Ellas debían ser cuidadas y educadas lejos del horror
del alcoholismo de un padre violento y de una madre periodista que tenía que
trabajar en paz. Lejos de la violencia familiar sosteniendo una actitud neutral
y pacifica en todo su ámbito laboral.

Berenice tenía seis años y su hermana apenas un año menos.Aprendieron rápido las normas y reglas del colegio, los horarios, las
tareas personales y las comunitarias.Berenice aprendió mejor y lo hizo solo para romperlas con astucia y
destreza de pillo callejero. Ademas tenía otros talentos, escribir cuentos, pintar sobre tela, tejer, bordar y era exquisita en sus modales. Y por encima de todo, amaba el silencio.

El escondite secreto en un escenario muy particular.

Una tarde de frío invierno, le dieron el mejor castigo comunitario por
incumplimiento de los mismos; Cambiar el agua de los jarrones de la capilla del
colegio.De hecho el agua nauseabunda no le afecto para nada el olfato.Ella puso a consideración otras cosas.La belleza de los iconos, (No había esculturas) Especialmente la
imponente y dulce imagen de Nuestra Sra. Del Perpetuo Socorro, desplegada sobre
un paño de terciopelo rojo, el mantel bordado maravillosamente con hilos de
plata y oro, que tocaban con suavidad el plesbiterio del altar. En el centro de
la mesa (del altar) una replica de la catedral de Ucrania, hecha en fundición, revestida
en plata. Adentro estaban las Sagradas Formas Eucarísticas. Y por último en un ángulo
una caja de vidrio cubría la
Santa Biblia abierta en la página de la lectura del día.El impacto que le causo no dejaba, de hacerla suspirar.El lugar era extraordinario, diáfano, suave, había tanta paz.

Así aquieto tanto sus emociones que se quedó sentada en “loto” a los
pies del altar y se durmió arrullada en el silencio.Cuando la encontraron ante las preguntas ella contesto: “Rezaba y me
dormí”.Su acto fallido: la habían descubierto. Pero ese era “su lugar”. Al día siguiente, entro a la capilla hizo una reverencia, levanto el
mantel y se metió bajo la mesa.El espacio breve y cálido cubierto por el enorme mantel hicieron que el psicoanálisis
dedujera (muchos años después) que había encontrado en ese lugar, volver las veces que quisiera “al
tibio útero de su gestación”. ¡Que placer!!

Cristina

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